Bajo el título «Compliance para medianas empresas: estrategia y protección en tiempos inciertos», María M. Pardo de Vera, Socia Digital y Compliance en CECA MAGÁN Abogados, nos ofrece su visión sobre cómo el compliance ha pasado de ser percibido como un gasto innecesario a convertirse en una herramienta clave para sobrevivir, crecer y atraer inversión en un entorno cada más incierto para las pymes.

María M. Pardo de Vera, Socia Digital y Compliance en CECA MAGÁN Abogados
Del “no quiero gastar” a que se convierta en una herramienta clave para sobrevivir, crecer y atraer inversión.
Cuando hablamos de compliance muchas medianas empresas lo perciben todavía como un tema de multinacionales o grandes empresas. Algo complejo, costoso y que no aporta valor, sólo gasto. Incluso, en ocasiones, vinculado a escándalos televisivos que “no van con ellas”. Sin embargo, esta visión empieza a quedarse obsoleta, especialmente en un contexto económico bastante incierto para las empresas, donde la supervivencia y la competitividad empresarial exigen anticipación, prevención y muchas dosis de confianza.
El cumplimiento normativo ya no es solo una exigencia legal. Es un activo estratégico. Y para la mediana empresa, puede ser mucho más que una obligación, puede ser el salvavidas y un motor de atracción de inversión.
De la sanción a la oportunidad. Un cambio de enfoque
En los últimos años hemos vivido un cambio de paradigma. El compliance ha dejado de verse como una lista de prohibiciones y de burocracia frente a multas y se entiende cada vez más como una herramienta de gestión del riesgo y de reputación corporativa. La cultura de cumplimiento se vincula, además, con la ética, la sostenibilidad y la transparencia de las empresas. Este nuevo enfoque permite a las empresas que lo adoptan demostrar solidez, previsión y compromiso con las reglas del juego. Y esto, en un entorno donde los fondos, los inversores y los socios de negocio priorizan negocios confiables, puede marcar la diferencia.
La resistencia más habitual en el middle market es una cuestión práctica: “No tenemos tiempo ni recursos”, “No es prioritario” “Es un gasto superfluo para nosotros”. Y sin embargo, cada vez es más habitual que una mediana empresa sufra un ciberataque, una brecha de protección de datos, una inspección de trabajo, una denuncia por acoso o que se enfrente a un conflicto penal derivado de decisiones de empleados o proveedores.
En estos casos, no tener un programa de compliance puede hacer que la empresa no sólo afronte sanciones económicas y/o penales, sino que pierda valor, reputación y oportunidades comerciales. Incluso puede poner en riesgo su viabilidad si no logra justificar su diligencia.
La solución: programas de compliance realistas, útiles y escalables
La buena noticia es que el compliance no tiene por qué ser un traje a medida carísimo. Hoy existen programas ajustados a la realidad de las pymes, que:
- Evalúan los riesgos reales de su sector y operaciones.
- Priorizan las áreas críticas: penal, laboral, protección de datos, competencia.
- Establecen canales éticos sencillos y eficaces.
- Incorporan medidas tecnológicas accesibles.
- Forman a las personas clave en lenguaje claro.
- Y, sobre todo, permiten reaccionar de forma ordenada en caso de problemas.
Un buen programa no lo protege todo, pero deja un rastro de diligencia, de cultura organizativa y de control. Y eso, cuando llegan las turbulencias, es como llevar cinturón de seguridad, airbag y un copiloto que no entra en pánico.
El compliance como plan B… y plan A
En los últimos meses he trabajado con empresas medianas que se han encontrado en situaciones límite: una investigación penal por una incorrecta gestión medioambiental, una denuncia laboral de acoso, un conflicto entre socios o una auditoría de un fondo interesado en invertir.
En todos los casos, tener un programa implementado (no de maquillaje, como se dice), aunque sea básico, ha marcado la diferencia: nos permitió presentar documentos, demostrar actuaciones preventivas, justificar decisiones y activar protocolos que evitaron un impacto mayor.
A veces, literalmente, ha sido el salvavidas que evitó que la empresa se hundiera. En otros casos, fue lo que permitió cerrar una ronda o una venta con éxito.
¿Por dónde empezamos?
Para una mediana empresa que quiera implantar un programa de cumplimiento real, la clave está en empezar por lo esencial, sin pretender cubrirlo todo de golpe:
- Evaluación de riesgos legales y reputacionales.
- Código ético.
- Procedimiento de denuncias internas, adaptado a la Ley 2/2023.
- Protocolos clave en función de la actividad (conflicto de interés, política de regalos, anticorrupción, etc.).
- Acciones de concienciación y formación.
- Designación de una persona (interna o externa) que acompañe y revise el sistema.
El objetivo no es obtener un certificado o cumplir una moda, sino tener un sistema que ayude a la dirección a tomar decisiones informadas, cumplir la ley y cuidar a su equipo y su reputación.
Compliance no es solo defensa, es continuidad de la empresa
En un mercado competitivo e inestable, la confianza lo es todo. Y el compliance bien entendido transmite profesionalidad, madurez y visión a largo plazo.
Para la mediana empresa, un programa de compliance no es un lujo ni una carga: es su seguro jurídico preventivo, su garantía de que está preparada para afrontar riesgos, tomar decisiones con respaldo y demostrar diligencia ante terceros.
Implementar un programa así no es tener miedo: es demostrar que se está listo para lo que pueda venir.